La cultura, desde su nacimiento,
ha sido una cultura que yo no me atrevería a llamar sin más tecnológica, porque
conviene afinar un poco nuestro vocabulario, pero sí una cultura técnica, de la
tecné, como decían los griegos. Y por tanto, en cuanto que técnica en el
sentido griego de la palabra, incoativamente tecnología ya. Una cultura técnica
o tecnológica, como ustedes quieran llamarla, pero que, lo mismo que la
tecnología, hasta hace poco tiempo, era una tecnología y una técnica referida
sobre todo al dominio de la naturaleza, no tanto al domino del psiquismo. Las
técnicas para el dominio del psiquismo han sido mucho más orientales que
occidentales. Lo característico de las civilizaciones y la cultura occidentales
ha sido este carácter técnico, entendiendo la palabra técnica en el sentido en
el que por lo general entendemos nosotros hoy las palabras técnica y
tecnología, aun cuando ha habido en este campo una revolución muy grande, pues
ahora ya no se trata simplemente del dominio de la naturaleza, sino también, no
exactamente del paganismo al modo hindú o al modo oriental, pero sí del dominio
de la vida.
Esto es lo característicos de la cultura: ha
sido una cultura de invenciones, empezando por la invención, común a toda la humanidad,
de la escritura. Propiamente hablando no existe una cultura, en el sentido
Hoy, la cultura es fundamentalmente
tecnocientífica. No puede ser una cultura puramente técnica ni puramente
tecnológica porque los tecnólogos que cada vez abundan más en nuestra sociedad. Al propio tiempo ha descendido la comunicación interhumana. Me refiero a la comunicación que pone en contacto las intimidades de los seres humanos, aquella que permite un intercambio afectivo y de nobles sentimientos. Paradójicamente, se ha desarrollado un increíble progreso de la comunicación tecnificada, ésa comunicación masiva, impersonal, que nos permite navegar por el Internet y contactarnos con cualquier sitio del planeta para intercambiar información. Esta "comunicación a distancia" y la falta de contactos personales, propician ése sentimiento de soledad que impregna la atmósfera de nuestros tiempos, pues el afectivo abrazo de un amigo o la tierna caricia de una enamorada, jamás podrán ser substituídos por imágenes de la "realidad virtual".
En consecuencia, esta fusión profunda de la
técnica y de la ciencia, y el hecho de que los más importante científicos de
nuestra época sean tecnocientíficos, o por lo menos tan tecnocientíficos como
estrictamente científicos, o por lo menos tan tecnocientíficos como
estrictamente científicos, supone una gran novedad y es una gran afirmación de
la superación de esta tensión entre las llamadas dos culturas.
Y esta auténtica novación que ha ocurrido en
nuestra civilización occidental significa una salida de la era de la cultura
impresa, que a su vez supuso evidentemente un salto cuantitativo y cualitativo
respecto de la cultura anterior, es decir, ya impresa. Y esta tecnología, que
en definitiva lo es dada su época, fue una tecnología enormemente importante.
Esta tecnología del libro y de la supremacía de libro impreso ha sido algo
sumamente característico y que, lo mismo que la tecnología actual y que todas
las culturas, tiene su anverso y su reverso, su lado positivo y su lado
negativo.
El leer y el oír vuelven a ser
una cultura de la imagen, una cultura del espectáculo, una cultura de la
representación. Pero junto a este carácter sumamente concreto y sumamente
visualizable y audible está también el predominio de un algoritmo, el predomino
de otros lenguajes diferentes del lenguaje ordinario y de su capacidad, podría
decirse haciendo si quieren ustedes un juego de palabras, de las actividades
digitales. Porque, en efecto, se trata de dígitos, pero también se trata de
reemplazar un tipo de habilidad digital que los niños tienen y que los viejos
hemos perdido, precisamente por esta mediación y mediatización de la cultura
libresca, y por haberlo aprendido y seguirlo aprendiendo todo en los libros.
La cultura actual es básicamente
una cultura de la tecnología, y la sociedad actual es básicamente una sociedad
de consumo. La primera ha conducido a la segunda al poner al servicio de la
humanidad bienes de consumo inaccesibles al hombre hasta ahora. A la vez, ambas
ejercen una influencia permanente sobre el individuo y lo transforman, porque
cultura y sociedad por una parte y personalidad básica del hombre por otra, se
condicionan y determinan en forma recíproca.
El hombre actual, gracias a los
progresos de la técnica se ha liberado en gran parte del dolor. Sufre menos
dolor que el hombre de antaño y por éso le teme más. Este temor ha ido tomando
progresivamente la forma de temor a las enfermedades , al sufrimiento y a la
muerte. Este proceso ha dado como resultado que el hombre esté demasiado
pendiente de su cuerpo y del funcionamiento de su organismo. Se ha tornado hipocondríaco;
entendiendo por tal , a la persona sana que adopta una actitud que le lleva a
vigilar constantemente el funcionamiento por ejemplo, de su corazón , su
tensión arterial o su aparato digestivo, con un incremento ansioso ante la
muerte súbita de un familiar, vecino o amigo. Esta hipocondría se ha visto
reforzada indirectamente por la fácil disponibilidad de métodos diagnósticos de
avanzada tecnología.
Al tiempo que se desarrollan la
técnica y las posibilidades de bienestar, el hombre ha experimentado una
desespiritualización. El progreso de la técnica no se ha acompañado de un
progreso espiritual paralelo. Como consecuencia de lo anterior se ha producido
en el hombre un desfallecimiento de los valores. Los valores éticos,
espirituales son el soporte del hombre para desplegar su vida, si se pierden,
éste se desorienta y puede actuar en forma inadecuada.
Con respecto a las relaciones
humanas se ha presentado en ésta era de la tecnología un incremento de la
competencia y la rivalidad. Las relaciones entre los hombres, acicateados por
la sociedad de consumo , siguen hoy una vía más de competencia que de
cooperación y amistad.
La percepción del tiempo también
ha cambiado. Se había previsto que en el momento actual el hombre dispondría de
más tiempo libre, y de hecho se dedicó a mejorar al máximo los sistemas de
comunicación y de transporte. Las máquinas de superior tecnología,
presupondrían más eficiencia en la producción y mayor economía de tiempo. Pero
el resultado ha sido el contrario a lo anticipado: el hombre cada vez más
aplica el acelerador a los pocos instantes de ocio de que dispone. Siente que
no le alcanza el tiempo. La competitividad y el afán de conquistar nuevos
bienes de consumo, le generan una carrera vertiginosa contra el tiempo, con una
presión constante que degenera fácilmente en angustia.
Finalmente, toda ésta evolución
ha impuesto al hombre nuevas exigencias de adaptación. El hombre de otros
tiempos vivía sosegadamente y disponía de amplio márgen para adaptarse a nuevas
circunstancias. El hombre de hoy "funciona con el motor de adaptación al
máximo", y muchas veces ya no es capaz de hacerle frente a situaciones
nuevas, sucumbiendo fácilmente al estrés y a estados depresivos.
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